martes, 5 de mayo de 2009

SEGUNDO DÍA, JACA-ARRÉS (martes, 28 de abril) 23 kilómetros

Dentro del relajamiento generalizado que nos caracterizó durante toda la semana no madrugamos demasiado.
Así, una vez desayunados en una cafetería cerca del albergue, nos pusimos en camino a las nueve de la mañana y hubo días en que lo hicimos todavía más tarde. Imperaba la tranquilidad y nadie tenía prisa. Todos estuvimos de acuerdo en que no tenía ningún sentido acelerar pues los días son largos y no teníamos nada especial que hacer por las tardes, salvo vaguear.
Hacía mucho fresco pero el día estaba despejado, una climatología que se repitió casi día tras día. Abandonamos Jaca siguiendo la carretera y bordeando amplios recintos militares donde muchos jóvenes se preparaban físicamente. Al rato ya estábamos en el campo, bordeando el río Aragón.Una hora después Juanma localizó un cartel que informaba del desvío a San Juan de la Peña; ni corto ni perezoso lo tomó tras despedirse. Nadie se brindó a acompañarle. En un blog que había consultado se informaba que el monasterio suponía un desvío de 14 kilómetros. No muy acertadamente, supuso que serían 7 de ida y otros tantos de vuelta; sumados a los 23 de la etapa, 37. Bastantes pero asumibles, pensó. Ana insistió en que no tenía sentido, especialmente por hacerla solo, pero el disidente forzó la escapada. Su cálculo fue el siguiente: como el recorrido es difícil, hora y media para llegar, media de descanso y otro tanto para volver al punto de partida y seguir la senda oficial. Por no llevar, no se proveyó ni de agua ni por supuesto de comida.
Nada más empezar comprobó que lo de la dureza no iba de broma. Una subida tremenda por una senda casi intransitable, con piedras, mucho agua y una dificultad elevada. Posteriormente disminuyó la pendiente pero no la dificultad. Veredas difícilmente practicables y soledad completa. Poco después empezó a preocuparse por la preocupación de los demás. Alfonso llamó sugiriéndole que regresara, algo que ya había hecho Ana. A la hora y media llegó a una aldea y supuso que por allí estaba el monasterio. Preguntó a dos lugareños y coincidieron en que le quedaban dos horas y media, más o menos «y eso según el ritmo». Se quedó de piedra. Confuso, optó por continuar ya que volver supondría un añadido de tres horas y sin ver San Juan de la Peña. Confiaba en que se hubiera equivocado los paisanos, pero lo cierto es que se quedaron cortos.
A partir de aquí el camino se complicó todavía más: pendientes aún mayores, regatos en los que había que descalzarse, árboles caídos sobre un camino que no admitía desvíos. Cansado, optó por no parar ya que ignoraba lo que aquello iba a durar y como se reuniría con el grupo. Y todo esto sin ver a nadie ni realizar parada alguna. Por resumir, tardó cuatro horas y media en llegar al monasterio, lo que hizo al filo de las 14:30. De inmediato avisó al grupo y se buscó la vida con un taxi, ya que era imposible completar la etapa desde allí. El servicio público estaba ocupado y no tuvo otra que tomar la carretera. Al poco pasó una furgoneta de unos operarios que estaban colocando aire acondicionado en el monasterio nuevo y lo llevaron hasta Puente la Reina de Jaca. Desde allí cubrió los últimos kilómetros hasta Arrés, adonde llegó derrengado. Del monasterio qué decir, es una construcción curiosísima que tiene casi mil años edificado bajo una gigantesca roca. Para mayor desgracia estaba cerrado y no pudo visitarlo. Su error fue no documentarse algo más; los 14 kilómetros de más eran partiendo de Jaca y haciendo un itinerario alternativo, no su peculiar desvío. Al día siguiente un cartel en Ruesta explicaba que había ascendido más de 500 metros de desnivel. Además de la paliza tuvo que aguantar más de una charla sobre el sinsentido de la escapada en solitario; como Álvaro el día anterior, reconoció que tenían razón.
Sus compañeros cubrieron la etapa sin mayores novedades, aparte de que hubo que volver a descalzarse para atravesar otro río produciéndose en el trasiego la pérdida irrecuperable de las chanclas de Ana. María José, pálida, a estas alturas tenía todos los síntomas de una intoxicación alimenticia que atribuía a los huevos de Somport. Sin fuerzas, no tuvo más remedio que recurrir a un taxi en Santa Cilia pues no podía con su alma. Junto con los problemas de rodilla de Irache fueron las novedades de salud de la semana; en el caso de María José fue progresando adecuadamente pero la rodillita de Irache bien que le dió la lata, aunque con una capacidad de aguante y un humor encomiable logró llegar al final. En Santa Cilia hubo un pequeño refrigerio a base de Aquarius y frutos secos y la señora del bar, muy agradable, nos informó de que el que fue a San Juan de la Peña no llegaría hoy a Arrés. Este "peregrino" estaba en la plaza principal de Santa Cilia. A partir de este pueblo, el camino discurre junto a la carretera hasta Puente la Reina de Jaca a cuya entrada se toma un sendero estrecho y sinuoso que en constante subida nos llevó hasta nuestro destino. Arrés fue una sorpresa para todos ya que a pesar de contar sólo con quince habitantes permanentes está sobre una colina y casi todas las casas de piedra se encuentran rehabilitadas.Tiene también restos de la fortificación. María José fue la primera en llegar y el albergue, con literas demasiado hacinadas, no le gustó demasiado por lo que optó por recurrir a la vía privada en la casa rural. El Granero del Conde, única opción sólo tenía cinco habitaciones y fue preciso un sorteo que perdieron Jaime y Paco. Este último se quedó en el albergue pero Jaime insistió en que no cabía en la litera y se marchó a dormir a Puente la Reina de Jaca con Pablo, uno de los madrileños, con los que seguíamos intimando. Del desplazamiento se encargó la posadera, encantada de ocupar todas las habitaciones y dar de comer, cenar, desayunar y preparar bocatas para el día siguiente a un grupo tan numeroso. La tarde, después de comer aceptablemente bien, la pasamos en parte tomando el sol en el exterior de la casa rural disfrutando de las vistas. Hubo tiempo para realizar estiramientos y para más de una copa, menudeando los gintonic, el pacharán y hasta el JB, y a última hora, en medio de un viento helador, dimos una vuelta hasta el cementerio. También visitamos la iglesia guiados por el hospitalero, Manolo. A Alfonso, recordando su curriculum de monaguillo, se le dio por oficiar con la lectura de la oración del camino y le secundaron en francés y alemán otros dos peregrinos. Tomando la última copa el hospitalero nos contó que es un voluntario que cubría la plaza por quince días, encargándose también de la comida. Tenía algo más de cincuenta años y había sido prejubilado por el Santander. Se le veía contento.
También supimos algo más de los madrileños. El enfermo, Pablo, había sido panadero pero traspasó el negocio y se dedica a la fotografía. Otro, Jesús, es arquitecto pero se ha tomado unos años sabáticos; el tercero, Vitorio, tiene un negocio. Se conocen desde niños, viven en Colmenar Viejo y ya han hecho otros caminos siempre ellos tres solos, pues no quieren que se les añada nadie más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, ya sabeis que mi rodillita me dio bastante la lata, pero el esfuerzo vale la pena..os puedo decir que con una buena sesión de fisio y descanso, ya está mucho mejor, habra que reforzarla para el kumano.. Por cierto no he visto una referencia a quien gano todas las partidas del culo de este camino..je, je.
Gracias por el blog. besos.Irache

Ana y Juanma dijo...

Es cierto, las cosas como son: Irache nos pegó una paliza al "culo" sin paliativos. Esperemos que no se cumpla lo de "afortunada en el juego....." Por supuesto que ¡NO!