Camino Aragonés. Primavera 2009
Peripecias vitales de doce peregrinos por tierras de Aragón y Navarra.
martes, 5 de mayo de 2009
INTRODUCCION
PRIMER DÍA, SOMPORT-JACA (lunes, 27 de abril) 32 kilómetros
A un kilómetro aproximadamente de Castiello llega el momento cumbre que proporcionan casi todas las jornadas. Tenemos que atravesar el río Ijuez y no existe puente, solo unos estrechos poyetes de piedra que no ofrecen garantía de estabilidad y sí un gran riesgo en caso de caída. Tras algunos tanteos por parte de Alfonso, Juanma y Álvaro este último se lanza a una aventura que no termina precisamente bien. Casi logra llegar al final pero tropieza y acaba dándose de bruces contra un lecho de piedras ya en el borde del río. Fue un gran susto pero afortunadamente quedó en eso, aunque Álvaro reconoció que había sido una imprudencia. No sería la única a lo largo de la semana. Visto lo visto no queda otro remedio que hacer lo que habíamos tratado de evitar: descalzarnos, remangar los pantalones y cruzar a pie. Daba pereza y suponíamos, como así ocurrió, que andar descalzo sobre piedras no sería agradable. La más lista María José, que sin avisar y para envidia de todos tuvo la idea de calzarse las chanclas. Los demás sufrimos ya que el cauce era bastante ancho aunque el agua en ningún momento superaba los 30 ó 40 centímetros de altura. Hubo también quien trastabilleó y dio con su trasero en el agua, en una postura harto difícil para incorporarse, especialmente bajo el peso de la mochila. Pese a ello Susana logró mojarse más bien poco y Paco acudió rauda en su ayuda. Finalmente, Alfonso se dedicó a ayudar a unos cuantos a cruzar por una zona más segura.Como no hay mal que por bien no venga, al otro lado descubrimos que el agua fría era milagrosa para pies ya recalentados. Gracias al imprevisto tratamiento habían quedado como nuevos; varias veces tuvimos que repetir la operación en días sucesivos pero ya no lo vimos como una penalidad. No quedaba ya mucho hasta Jaca, menos de ocho kilómetros, pero estábamos deseando llegar. Eran 32 kilómetros de etapa y para el primer día no está mal. Lo peor fue el kilómetro final de llegada, una cuesta pronunciada con la que casi nadie (sólo los ávidos lectores de guías) contaba después de ocho horas de marcha. Como no había alternativa tiramos para adelante hasta llegar al albergue, agotados pero contentos. Ya se sabe que el primer día, la mochila pesa especialmente. Jaca tiene unos 13.000 habitantes y un centro cuidado con calles peatonales. El albergue es nuevo, poco más de un año, y han diseñado una especie de camaretas para dos que ofrecen una cierta intimidad aunque la habitación es colectiva. Está muy nuevo y los baños, unisex, impecables. Jaime y Paco se agenciaron lo que llamamos la "suite" que eran los mismos catres pero separados del resto por una cortina. Se vé que los chicos precisaban intimidad... Eso sí, a las 22:00 horas cerraban la puerta por lo que nos fuimos pronto a cenar, aunque optamos por hacerlo informalmente tomando unos vinos. Antes charlamos con tres madrileños, Pablo, Jesús y Vitorio, muy agradables, que llevaban el mismo plan que nosotros y con los que llegamos a hacer una cierta amistad. Ana y Porota echaron una carrera delante de ellos por la calle principal para darles a entender que estábamos en plena forma. Después nos confesaron que con esta carrerita los habíamos dejado anonadados, justo lo que se pretendía. En el paseo visitamos la catedral, impresionante y al regreso echamos una partida de cartas. Fue la única en toda la semana pues no encontramos hueco para una actividad lúdica a la que otros años nos dedicamos con mayor interés. La sala del albergue estaba decorada con carteles turísticos y el más cercano era de del monasterio de San Juan de la Peña. Juanma quedó prendado de esta soberbia construcción que se encuentra fuera del camino, pero no a gran distancia, y empezó a barruntar un posible desvío para conocerlo. Sus primeras gestiones para conseguir algún acompañante no tuvieron éxito.
Y lo último antes de dormir, la ración de Silence destinada a los roncadores. Era otra de las novedades de este año para evitar amargar la noche a los insomnes. Su éxito fue escaso, pero la verdad es que en días sucesivos su eficacia disminuyó todavía más.
SEGUNDO DÍA, JACA-ARRÉS (martes, 28 de abril) 23 kilómetros
Hacía mucho fresco pero el día estaba despejado, una climatología que se repitió casi día tras día. Abandonamos Jaca siguiendo la carretera y bordeando amplios recintos militares donde muchos jóvenes se preparaban físicamente. Al rato ya estábamos en el campo, bordeando el río Aragón.Una hora después Juanma localizó un cartel que informaba del desvío a San Juan de la Peña; ni corto ni perezoso lo tomó tras despedirse. Nadie se brindó a acompañarle. En un blog que había consultado se informaba que el monasterio suponía un desvío de 14 kilómetros. No muy acertadamente, supuso que serían 7 de ida y otros tantos de vuelta; sumados a los 23 de la etapa, 37. Bastantes pero asumibles, pensó. Ana insistió en que no tenía sentido, especialmente por hacerla solo, pero el disidente forzó la escapada. Su cálculo fue el siguiente: como el recorrido es difícil, hora y media para llegar, media de descanso y otro tanto para volver al punto de partida y seguir la senda oficial. Por no llevar, no se proveyó ni de agua ni por supuesto de comida.
Nada más empezar comprobó que lo de la dureza no iba de broma. Una subida tremenda por una senda casi intransitable, con piedras, mucho agua y una dificultad elevada. Posteriormente disminuyó la pendiente pero no la dificultad. Veredas difícilmente practicables y soledad completa. Poco después empezó a preocuparse por la preocupación de los demás. Alfonso llamó sugiriéndole que regresara, algo que ya había hecho Ana. A la hora y media llegó a una aldea y supuso que por allí estaba el monasterio. Preguntó a dos lugareños y coincidieron en que le quedaban dos horas y media, más o menos «y eso según el ritmo». Se quedó de piedra. Confuso, optó por continuar ya que volver supondría un añadido de tres horas y sin ver San Juan de la Peña. Confiaba en que se hubiera equivocado los paisanos, pero lo cierto es que se quedaron cortos.
A partir de aquí el camino se complicó todavía más: pendientes aún mayores, regatos en los que había que descalzarse, árboles caídos sobre un camino que no admitía desvíos. Cansado, optó por no parar ya que ignoraba lo que aquello iba a durar y como se reuniría con el grupo. Y todo esto sin ver a nadie ni realizar parada alguna. Por resumir, tardó cuatro horas y media en llegar al monasterio, lo que hizo al filo de las 14:30. De inmediato avisó al grupo y se buscó la vida con un taxi, ya que era imposible completar la etapa desde allí. El servicio público estaba ocupado y no tuvo otra que tomar la carretera. Al poco pasó una furgoneta de unos operarios que estaban colocando aire acondicionado en el monasterio nuevo y lo llevaron hasta Puente la Reina de Jaca. Desde allí cubrió los últimos kilómetros hasta Arrés, adonde llegó derrengado. Del monasterio qué decir, es una construcción curiosísima que tiene casi mil años edificado bajo una gigantesca roca. Para mayor desgracia estaba cerrado y no pudo visitarlo. Su error fue no documentarse algo más; los 14 kilómetros de más eran partiendo de Jaca y haciendo un itinerario alternativo, no su peculiar desvío. Al día siguiente un cartel en Ruesta explicaba que había ascendido más de 500 metros de desnivel. Además de la paliza tuvo que aguantar más de una charla sobre el sinsentido de la escapada en solitario; como Álvaro el día anterior, reconoció que tenían razón.
Sus compañeros cubrieron la etapa sin mayores novedades, aparte de que hubo que volver a descalzarse para atravesar otro río produciéndose en el trasiego la pérdida irrecuperable de las chanclas de Ana. María José, pálida, a estas alturas tenía todos los síntomas de una intoxicación alimenticia que atribuía a los huevos de Somport. Sin fuerzas, no tuvo más remedio que recurrir a un taxi en Santa Cilia pues no podía con su alma. Junto con los problemas de rodilla de Irache fueron las novedades de salud de la semana; en el caso de María José fue progresando adecuadamente pero la rodillita de Irache bien que le dió la lata, aunque con una capacidad de aguante y un humor encomiable logró llegar al final. En Santa Cilia hubo un pequeño refrigerio a base de Aquarius y frutos secos y la señora del bar, muy agradable, nos informó de que el que fue a San Juan de la Peña no llegaría hoy a Arrés. Este "peregrino" estaba en la plaza principal de Santa Cilia. A partir de este pueblo, el camino discurre junto a la carretera hasta Puente la Reina de Jaca a cuya entrada se toma un sendero estrecho y sinuoso que en constante subida nos llevó hasta nuestro destino. Arrés fue una sorpresa para todos ya que a pesar de contar sólo con quince habitantes permanentes está sobre una colina y casi todas las casas de piedra se encuentran rehabilitadas.Tiene también restos de la fortificación. María José fue la primera en llegar y el albergue, con literas demasiado hacinadas, no le gustó demasiado por lo que optó por recurrir a la vía privada en la casa rural. El Granero del Conde, única opción sólo tenía cinco habitaciones y fue preciso un sorteo que perdieron Jaime y Paco. Este último se quedó en el albergue pero Jaime insistió en que no cabía en la litera y se marchó a dormir a Puente la Reina de Jaca con Pablo, uno de los madrileños, con los que seguíamos intimando. Del desplazamiento se encargó la posadera, encantada de ocupar todas las habitaciones y dar de comer, cenar, desayunar y preparar bocatas para el día siguiente a un grupo tan numeroso. La tarde, después de comer aceptablemente bien, la pasamos en parte tomando el sol en el exterior de la casa rural disfrutando de las vistas. Hubo tiempo para realizar estiramientos y para más de una copa, menudeando los gintonic, el pacharán y hasta el JB, y a última hora, en medio de un viento helador, dimos una vuelta hasta el cementerio. También visitamos la iglesia guiados por el hospitalero, Manolo. A Alfonso, recordando su curriculum de monaguillo, se le dio por oficiar con la lectura de la oración del camino y le secundaron en francés y alemán otros dos peregrinos. Tomando la última copa el hospitalero nos contó que es un voluntario que cubría la plaza por quince días, encargándose también de la comida. Tenía algo más de cincuenta años y había sido prejubilado por el Santander. Se le veía contento.
También supimos algo más de los madrileños. El enfermo, Pablo, había sido panadero pero traspasó el negocio y se dedica a la fotografía. Otro, Jesús, es arquitecto pero se ha tomado unos años sabáticos; el tercero, Vitorio, tiene un negocio. Se conocen desde niños, viven en Colmenar Viejo y ya han hecho otros caminos siempre ellos tres solos, pues no quieren que se les añada nadie más.
TERCER DÍA, ARRÉS-RUESTA (miércoles, 29 de abril) 29 kilómetros
Irache no empezó el día muy bien. Le dolía la rodilla antes de empezar y hubo quien pensó que así no podía seguir, pero no contaba con su aguante y su extraordinario tesón. La cuesta inicial de bajada de Arrés fue dura para ella, aunque poco a poco se fue entonando y del tema no volvió a hablarse.
Salimos de nuevo con la fresca en medio de un paisaje agradable y atravesando campos de cereal y de colza. No era una etapa díficil sobre el papel, si bien la realidad siempre es otra cosa. El perfil del camino no oscilaba pero las subidas y bajadas se hicieron costosas en varias ocasiones. Como durante todo el camino no íbamos a atravesar ningún pueblo en el que tomar un refrigerio, la posadera de Arrés nos había hecho unos bocatas sorpresa por aquello de que dejamos a su elección el contenido, con el requisito de que no fueran todos iguales.
A las doce, después de atravesar un nuevo río, ya estábamos dando cuenta de ellos, al menos de la mitad de ellos, y bromeando sobre los dos que nos habían tocado a cada uno. Un rato más tarde haríamos una segunda parada para tomar el resto de los bocatas y descansar un poco.Cerca ya de Ruesta disfrutamos de uno de los parajes más agradables de todo el camino aragonés: una antigua calzada romana sombreada por enormes arbustos de boj y grandes acebos que lograban ocultar el cielo.
Fue de agradecer porque en ese momento salió el sol y hacía bastante calor. Fueron varios kilómetros en este plan con el pantano de Yesa a nuestra derecha y la sensación de pasear bajo palio. La pena era el estado del muro que bordeaba el camino, caído a tramos, lo que dificultaba el caminar y, sobre todo, anticipaba que pasado algún tiempo puede que no quede de él ni rastro.
Estábamos un tanto expectantes por el funcionamiento del albergue de Ruesta. Habíamos leído que el pueblo estaba abandonado y que la Confederación Hidrográfica había cedido dos edificios con este fin al sindicato CGT, organización situada a la izquierda de la izquierda sindical. Al parecer su objetivo es recuperar el conjunto del pueblo, una labor encomiable pero ciertamente complicada, como descubrimos tras pasear de forma secreta por sus calles.
Y digo secreta porque está prohibido y cerrado con vallas para evitar accidentes dada su avanzado estado de ruina. Nuestra entrada en el albergue fue gloriosa. La primera pared del pueblo estaba llena de consignas de todo tipo, como corresponde a un reducto cegetero. Además, el encargado nos echó un pequeño mitin un tanto infantil cuando se le preguntó por el pantano: «Es cosa de Franco, que era el que hacía estas cosas». En esa línea. La respuesta del grupo, por boca de Álvaro, no se hizo esperar. Cuando le pidió el DNI dijo que era ácrata y que no lo llevaba, y que tampoco era cosa de que se lo pidieran en un centro de la CGT. El chico no se lo tomó a bien y tuvimos que suavizar la situación. El interior del albergue era un poco como todos, normalito, lo mismo que los baños. Los edificios por fuera, en cambio, una maravilla. Pasamos gran parte de la tarde en uno de ellos disfrutando de una vista de valles arbolados y del sol, que se dignó acompañarnos, mientras tomábamos unas cañas y, de paso, poníamos los piés al sol.
Después encontramos a una persona automarginada de la sociedad que aspiraba a conseguir una casa en ruinas para recuperarla y quedarse a vivir. Con él, con el alberguero y con el cocinero, otro personaje curioso, mantuvimos una charla sobre la forma de vida en la sociedad, la necesidad de regresar al campo y como nos «estabulan» en las ciudades (en los pisos) para que cumplamos determinados objetivos y roles sociales. De alguna manera recordó etapas quizás de la Universidad, pero en ese marco pasamos un rato diferente. En cualquier caso, hablaban con aparente convencimiento. Por lo demás, el cocinero era un cocinillas con conocimientos de cierto nivel. Quizás por eso para unos peregrinos que se han pasado el día caminando y tienen hambre preparó una sopita (rica pero inconsistente) y un par filetitos de lomo a la naranja con rodajas de piña con raciones de pan algo escasas. Todo estaba bueno pero pienso que más de uno hubiera preferido los habituales espaguetis con un segundo de pollo con patatas, o algo así. Tras la cena estuvimos un rato al aire libre, poco porque hacía ya fresco, al ritmo de una música que parecía marca de la casa. Tras ello, a dormir.
Antes de cenar habíamos recorrido el pueblo guiados por el personaje que pretendía vivir al margen de la sociedad (no nos dijo como se financiaba, pues trabajar no parecía, pero consumir –fumar, comer y beber- si) y fue una suerte. Sin él no habríamos sabido como penetrar en su interior, y merecía la pena. Están en pie, muchas sin tejado, grandes casonas, dos torres del castillo de las seis originales, y gran parte de las calles de un pueblo con orígenes árabes y casi un milenio de historia. Construidos en la cresta de dos barrancos, desde la parte superior hay una vista excepcional del pantano, cuyo recrecimiento en 14 metros es la bicha de la gente de la comarca. Si se lleva a cabo anegará todavía más tierras de cultivo y forzará nuevas emigraciones. Las pintadas contrarias nos habían acompañado toda la jornada y a instancias del alberguero firmamos una alegación contra este recrecimiento. En la visita estuvimos con la concejala francesa del pueblo cercano a Lille, Thérese, y comprobamos que era una entendida en los caminos de Santiago. Había recorrido el de la Plata, el francés por supuesto, el portugués (¡había dormido en el albergue de Redondela y se sorprendió al saber que estaba hablando con gente de la villa!) y ahora venía desde Toulouse. Por su aspecto estaba más que jubilada, aunque con unas condiciones físicas aparentemente muy buenas.
CUARTO DÍA, RUESTA-SANGUESA (jueves, 30 de abril) 23 kilómetros
Dada la distancia a recorrer llegamos a Sangüesa relativamente pronto y nos dirigimos al camping municipal, donde teníamos reservada plaza en dos habitaciones de tres literas cada una. El albergue oficial, igualmente municipal, solo contaba con camas para 14 personas, por lo que dimos por supuesto que no teníamos sitio para todos. El camping tenía otro albergue pero nos encontramos con la sorpresa de que el agua caliente no funcionaba. El encargado del lugar se puso manos a la obra y consiguió, pasado un rato y después de que unos cuantos se ducharan con agua fria, que volviera a haber agua caliente. La verdad es que tuvimos que apañarnos con dos baños para quince personas, pues los madrileños durmieron también allí. Mientras tanto Alvaro se fue con tres chicas a unos baños algo alejados, en medio del camping. Las chicas- Porota, Susana y Ana- tomaron posesión del lugar y tuvieron a Alvaro militarizado, primero encerrándolo prácticamente en el reservado a minusválidos y segundo, no dejándole salir de allí hasta que se lo permitieran expresamente. Un abuso de género en toda regla. En cualquier caso, además de pagar el alojamiento y una fianza de 20 euros (cosa que nos ocurrió por primera vez) contratamos el desayuno para las 8:30 del día siguiente. Llegado el momento comprobaríamos que ambas tenían truco.Estábamos a 14 kilómetros de Sos del Rey Católico y Pepe, el ausente, había insistido en que fuéramos a ver la histórica localidad que es patrimonio de la humanidad. El precio que nos pedía un microbús (100-120 euros por viaje) nos pareció excesivo y acabamos contactando con el único taxista del pueblo, que nos ofertó 15 euros por cada viaje. Como éramos doce, 90 euros nos pareció una cantidad razonable.
Tras dar una vuelta por Sangüesa, que no tiene mucho que ver aunque sí algunos edificios puntuales, empezamos el peregrinaje en el 407 del taxista. Realmente Sos es una villa medieval perfectamente conservada donde nació Fernando el Católico; visitamos el palacio donde vino al mundo y recorrimos sus calles y la judería, por cierto, sorprendentemente vacías en la víspera de un puente. El paseo fue de lo más agradable. Nos acercamos al parador donde bebimos algo y después elegimos un buen restaurante, As Bruixas, recomendado por algunos lugareños. El sitio no estaba mal, con una decoración mezcla de tradición y modernidad, en plan “art deco”, donde degustamos unas ensaladas algo exóticas y ternasco para la mayoría. Aunque hubo coincidencia casi general en la calidad también hubo gente que no lo valoró tanto.Casualidades de la vida, en el restaurante aparecieron, sin acuerdo previo, dos de los madrileños, Vitorio y Jesús, que cenaron con nosotros. Nos explicaron que Pablo seguía peor de sus problemas intestinales, y que se había quedado en el albergue. Estaban preocupados por su estado.
A las 10:15 iniciamos el operativo de regreso y sin duda el taxista tenía prisa. Hizo el recorrido a más de 140 kilómetros/hora, una velocidad exagerada para una carretera secundaria y todos rezamos para llegar cuanto antes. Una vez en el albergue probamos un nuevo producto contra los ronquidos que había comprado Beni; los que supuestamente roncan (y que obviamente nunca se oyen) aceptaron el remedio sin quejas, pero el escepticimo sobre los resultados era general y las carcajadas, una vez iniciado el concierto, se oyeron a escasos cinco minutos de apagar las luces.